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HISTORIA DE LA LENGUA
LlTEfiiTlA CiSTELLíJÁ
(desde los orígenes hasta CARLOS V)
POR
D. JULIO CEJADOR Y FRAUCA
CAIEURÁTICO l'i\ :.i,NGUA Y LlTKRAlUttA LATINAS DE LA UNIVhRSIOAD CENTKAL
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Madrid
■flP. UE LA "rEV. de ARCH., BIBL. Y MUSEOS*'
0/ósaga, ¡. — Teléfono 3.18$. i9.5
^031
ÍA i. I
CARTA Á GUISA DE PROLOGO Á DON ADOLFO BONILLA Y SAN MARTÍN
Y Á QUIEN MÁS QUISIERE LEERLA
La Historia de la Literatura castellana debióla escribir, como usted sabe muy bien, querido amigo mío, y nos prome- tíamos todos que la escribiese, el maestro don Marcelino Menén- dez y Pelayo. Ibala escribiendo de hecho, á retazos, con el vasto saber y galano decir que en sus libros admiramos. La Historia de las ideas estéticas, la Antología de poetas líricos, los Orígenes de la novela, la Bibliografía hispano-latina, los Prólogos á las comedias de Lope, tantos otros prólogos, bibliografías, estudios y libros, sillares son y aparejo, piezas artísticamente talladas, con las cuales pensaría sin duda labrar y levantar el edificio, que su misma inagotable é insaciable erudición, la demasiada grandeza de sus propósitos y la súbita y nO' esperada muerte le impidieron llevar á colmo.
Lo que no pudo hacer el maestro debiera hacer usted, mi que-» rido y sabio ainigo, tan impuesto y enterado como está en todo cuanto atañe á Literatura española, á Filosofía española, á cultu- ra española y á bibliografía española, amén del continuo conver- sar con los antiguos clásicos, italianos y latinos, en que usted á diario se emplea, entrando y saliendo por aquellas literaturas tan
VI CARTA A GUISA DE PROLOGO
fami'liarmente. que no sé quién, en esta parte, no le reconozca ventaja.
Bien sé yo, por el contrario, que el son de alabanza de estas mis palabras le habrán de apesadumbrar; pero ¿cómo hemos de sufrir los que su valer reconocemos que su nombre no suene por ahí dentro de España tanto como debiera sonar y suena en- tre los hispanófilos de fuera, por hallarse modestamente alejado de los acostumbrados conventículos de donde salen los bombos desaforados que algunos mozos pretenciosos, hinchados de huera necedad y fori-ados de grotesca ignorancia, suelen repar- tirse entre sí, sin mentar jamás á los que cabalmente por sabios macizos no meten allí el pie, contentos con trabajar en su retiro? ¿Cómo hemos de sufrir que, con todo el matalotaje de conoci- mientos y saber que usted tiene allegado, se nos venga usted, al cabo y á la postre, con una sencilla traducción de la Historia de la Literatura española, como la que ha hecho del eminente hispanófilo Fitzmaurice-Kelly, dejando á los que menos valemos la recia tarea de hacer medianamente lo que con su erudición y saber haría usted por manera acabada?
Bien conoce usted que no peco de exagerado ni en ensalzarle ni en abatirme, pues se conoce á sí y me conoce y es en tanta nianera verdad, que se me caía la cara de vergüenza cada vez que pensaba en poner en sus manos las cuartillas de este mi li- bro y que le oía decir asombrado y medio turulato: "Por cier- to que el atrevimiento de Cejador sobrepuja á cuanto yo imagi- nara y corre parejas con su diligencia y laboriosidad."
Y e-stará usted en lo cierto. Porque á laboriosidad y diligen- cia se me figura que me igualarán pocos, y en atrevimiento ya bien ve usted y toca con las manos si yo me quedo corto.
Ahora echará ustetl bien de ver cómo este Jibro, lan hijo de mi niuclio atrevimiento en escribirlo^ yo, como de su demasiada modestia en no haberlo escrito usted, á usted y á nadie más que á usted podia y tenía (|uc dirigírselo, como se lo dirijo por estos
A DON ADOLFO BONILLA Y SAN MARTIN VII
renglones. Porque de esta manera ini atrevimiento y su modestia podremos decir que se balancean y el libro queda justificado y en el fiel. Y ya que para los demás que hayan de leer esta carta he levantado y puesto en su punto sus merecimientos, quiero apocar y poner en el punto debido los míos, para que, dando razón de su justo asombro, disculpe con todo eso mi atrevimien- to. He intentado juntar en este libro, á la historia de nuestra literatura, la historia de nuestro idioma, cifrando en breve suma cuanto tengo más largamente probado en el Tesoro de la lengua castellana y en los Diálogos sobre el nacimiento del castellano. De Filología creo entender algo, por ilo menos para lo que en España se usa, y como los españoles tenemos por estilo y cos- tumbre, harto vieja, menospreciar lo nuestro y á la discreta modestia no se opone el reconocer el propio valer, me permitirá, mi querido amigo, que para que alguien no tome el rábano por las hojas, añada que aunque mis opiniones acerca de los orígenes del castellano sean algún tanto nuevas y no suenen del todo agradablemente en los oídos de ciertos filólogos, van fundadas en el conocimiento que tengo de los idiomas todos que pueden haber contribuido á la formación del castellano. De este asunto han tratado varones entendidos en uno ó más de estos idiomas, romanistas, arabistas y vascófilos, por ejemplo. Yo he gastado toda mi vida e.i estudiar griego y latín, árabe y hebreo, lenguas románicas y lenguas germánicas, y muy particularmente el vas- cuence. He trabajado en otros muchos y peregrinos idiomas, que no es del caso mencionar, y he escrito acerca del origen v unidad de las lenguas con argumentos que todavía nadie ha deshecho ni rebatido. Consecuencia de todos estos estudios y preparación de mi vida toda son las nuevas opiniones que susten- to acerca del nacimiento de nuestro romance. Creo, mi querido amigo, tener algún derecho á no dar oídos á calladas hablillas, que por detrás y sin dar la cara y menos sin redactarlas honra- damente en públicos escritos, se dejan caer por ahi de solapa
VIII CARTA A GUISA DE PROLOGO
ciertos filólogos, cuyos méritos reconozco, pero enteramente ayunos de la mayor parte de los conocimientos lingüísticos que este asunto requiere, que podrán estar bien enterados de la Filo- logia románica, pero que ni entienden dos renglones de cualquier libro griego, árabe, hebreo y vascongado, y gracias que lean tropezando algunos renglones de buen latin. He de añadir algo más. Estos filólogos españoles y otros extranjeros, qvie tratan cosas de nuestro romance castellano, desconocen lo que es nues- tro idioma. Usted, que ha leído el Tesoro de la lengua caste- llana, sabe muy bien que del habla vulgar y verdadero castella- no de hogaño y de antaño no conoce el Diccionario de la Academia las tres cuartas partes, que más que otro tanto de voces, digo mal, más que tres veces otro tanto de voces corren por ahí y andan en libros viejos, de las cuales la Academia no tiene noticia, ni de ellas tienen noticia los romanistas extran- jeros. Los cuales, con ceñirse á los vocablos latinos de nuestro romance ya creen conocerlo enteramente y fallar sobre su na- turaleza y nacimiento. Pero hay otros tantos y más que no son latinos y ni siquiera los mientan por la mayor parte los roma- nistas, porque no los conocen, y de los que conocen suelen dar etimologías tan chistosas como opuestas á las leyes fonéticas que ellos admiten en teoría y tienen después que dejar á un lado en la práctica al quererlos explicar por el latín. Todo esto he tenido que decirlo por cuanto atañe al castellano, cuya historia resumo en este mi libro. Ahora, cuanto á literatura castellana, confieso que tiene usted motivos para asombrarse de mi atre- vimiento. Porque ¿qué se me alcanza á mí de este menester si me comparo con usted y con Rodííguez Marín, el que más sabe de (literatura y folklore andaluz, y aun con otros menos claros en nombre, más peritísimos en letras españolas, á quienes no he de nombrar por ser harto conocidos, así como ni á los hisi>anó- filos extranjeros, que si menos al tanto de ciertas quisicosas del romance, me dan, en cambio, quince y raya en erudición y ver-
A DON ADOLFO BOXILLA Y SAN MARTIN IX
dadero sabei ? "¿Por qué, pues, me dirá usted, se ha atrevido á poner sus manos pecadoras en una Historia de ¡a literatura casteUatia, cuando de sólo pensarlo me tiemblan á mi las carnes?"
A ese por qué deseaba responder en esta carta á guisa de pro- , logo. Cuando leí el ejemplar, que usted me regaló, de la nueva edición de la Historia de la Literatura española, compuesta por Fitzmaurice-Kelly y por usted traducida, Madrid, 1913, se m.e subió la sangre al rostro, considerando lo desairado del papel que representamos los 'literatos españoles al dejar que nos ga- nen por la mano y se nos adelanten los hispanófilos extranjeros en cosa tan nuestra, que, por muy conocedores que sean de nuestras cosas, nunca pueden penetrar en el espíritu de la raza, que en ellas late y bulle, y mucho menos en cosas tan castizas y hondas como el idioma y la literatura. Y esta es la disculpa que tiene, y yo le reconozco, la dicha Historia del eruditísimo hispanófilo inglés, en no haber acertado, según á mi me lo pa- rece, en bastantes pimtos cuanto á la crítica, siendo, en cambio, tan rica en noticias bien aseguradas y tan puntual en todo y tan al cabo de los últimos descubrimientos de la erudición, que hoy camina á más andar, como podía esperarse de su autor y de muy contados españoles podría esperarse le llegaran á igualar. Esta mengua en la critica de algunos libros y escritores, junta- mente con la brevedad sucinta á que el autor quiso ceñir su obra, están pidiendo se escriba otra, si no tan prolija, retórica y rebutida de ajenas historias como la de Amador de los Ríos, obra por otro cabo meritísima, de donde muchos sacaron no poco de lo que dieron por propio, una Historia de la literatura castellana del tamaño de la de Ticknor, poco más ó menos, más moderna y más española, que desenvuelva algún tanto más lo que en la por usted traducida se halla demasiadamente con- densad© y ajuste más el criterio estético en el todo y en las partes.
Eso lo hubiera podido hacer, á lograr más larga vida, el
X CARTA A GUISA DE PROLOGO
Maestro ; eso lo pudiera hacer usted, si no llevase de calle tantas empresas á la vez, abrumado de las cuales me persuado que no lo llegará usted á hacer nunca; eso lo pudiera hacer Rodrígiiez Marín, si su cargo y ocupaciones se lo permitieran. Pero ello es que ustedes los que pueden... no pueden, y asi tenemos que hacer un poder los que no podemos. Alguna disculpa tiene, pues, mi atrevimiento, y si con él lograse echar no sea más que las zanjas y asentar anchos cimientos, y si no descontentándoles la traza, ustedes los que saben ú otros que después vinieren quisieran levantar sobre ellos más gallardo y mocizo edificio, daríame por bien pagado.
Qué traza y criterio sea el mío héselo de apuntar aquí en dos palabras á los demás que me leyeren, ya que adelante lo' han de echar de ver al leer mi libro; usted ya lo tiene leído, puesto que tan cariñosa como desinteresadamente se me ofreció á re- visar las pruebas y las revisó, por lo que jamás le quedaré bas- tantemente agradecido.
Dilicu'ltoso es atinar, cuando el público, que desea leer una historia de la literatura, es tan vario, que unos sólo quieren co- Tiocer ceñidamente los resultados, autores, obras, juicios del historiador y el cuadro general del desenvolvimiento literario en nuestra patria, y otros buscan la razón de los hechos, mayores pormenores, la bibliografía que les encamine para estudios par- ticulares c|ue pudieran emprender, los fundamentos en que los resultados estriban. A los primeros puede satisfacer la obra de Fitzmaurice-Kelly ó la que á su imitación publicó el benemérito hispanista Ernest Merimée, ó esta mia, ateniéndose á lo que, mirando á este intento, he hecho imprimir en letra más gruesa. Para los segundos es lo qtic va en letra más menuda, donde he procurado resumir lo más imiwrtante que me lia ])areci(lo hallar en tantísimos libros como se han escrito y cuya I)ihliografía anoto con particular esmero, valiéndome, sobre todo, de la que usted con tanta puntualidad ha sabido añadir á la traducción
A DON ADOLFO BONILLA Y SAN MARTIN XI
de la obra de Fitzmaurice-Kelly. Usted mismo, Menéndez )- Pe- layo, Foulché-Delbosc, Rodríguez Marín, Fitzmaurice-Kelly, Merimée, Farinelli y otros hispanófilos extranjeros han escrito páginas admirables sobre puntos sueltos y sin las cuales este libro ^ no hubiera podido escribirse. Mayormente la Reviic Hispanique, dirigida por Foulché-Delbosc, como usted sabe, el más cum- plido de dos hispanófilos, es un minero inagotable de hechos y apreciaciones, indispensable para cualquiera que desee ahondar un asunto cualquiera. Las Bibliotecas y Bibliografías de Nicolás Antonio, Gallardo, Salva, Heredia, Brunet, Juan M. Sánchez, etcétera, etc., son canteras harto conocidas. De todas me he apro- vechado, no para enseñarles á ustedes los que saben más que yo, pues ustedes pocas cosas han de aprender en este libro y muchas tendrán que enmendar, y se lo agradezco de antemano, sino para encaminar á los jóvenes que deseen trabajar en algu- nos puntos particulares.
Cada vez estoy más persuadido, primero, de que al orden cronológico no ha de anteponerse el de géneros ni escuelas, y segundo, de que para comprender el cuadro literario es in- dispensable hallar junto á él y en su propio lugar de fecha los demás escritos no literarios, pero que completan el conocimien- to de las letras españolas. "Hasta hoy no se ha entendido bien la historia de nuestra literatura, dice M. Pelayo (Cieñe. Esp., II, I o), por no haberse estudiado á nuestros teólogos y filóso- fos." Orden riguroso de años en los cuales se imprimió la pri- mera obra de cada autor, desde que hubo imprenta, ó en los cuales se compusieron, antes de haberla, esto es, del tiempo en que cada uno comenzó á darse públicamente á conocer por sus escritos: tal ha sido mi pauta. Las obras no literarias van en caracteres menores, como lo demás que toca á ilustrar el asun- to principal. De tales obras de cultura general he escogido las de mayor momento, sin tratar de agotar la inagotable biblio- grafía.
XII CARTA A GUISA DE PROLOGO
Estas dos innovaciones son las que me han movido á em- prender este trabajo, ya que ustedes los que pudieran mejor que yo no lo hacen ; pero queda otro motivo, y es el principal. No me contenta el criterio de los que hasta hoy han tratado este asunto de la literatura y menos los que han hablado acerca del caste- llano. En literatura yo pongo muy por cima de cualquier obra erudita la menor obra del pueblo, la comúnmente no escrita, la sancionada en cambio por el consentimiento de la raza española, como aprecio el habla popular, la única natural, mucho- más que cualquier otra modificación que en ella introduzcan los erudi- tos. La razón es clara para los modernos filólogos: lo que los eruditos añaden al idioma nacional es sencillamente una falsi- ficación del idioma, bien asi como las flores de celuloide ó de papel son falsas flores para el botánico. Ahora bien, esto corre igualmente respecto de la literatura. Distinguir bien el elemento popular defl erudito en las obras literarias : tal es mi criterio. Cuanto á la historia del castellano, que es otra de mis innova- ciones, también me aparto de los romanistas, que son los que acerca de él han tratado, y naturalmente por ser romanistas no han visto en nuestro idioma otra cosa que lengua romana, latín y solo latín. Bien sé que disgustaré ya desde aquí á muchos lec- tores ; pero que contente á la verdad y á los que la buscan es lo que importa. En casi todas mis obras vengo probando que el éuscaro ó vascongado ó ibero ha contribuido enormemente á la formación del castellano. Todavía no se han rebatido mis pruel>as; ahí siguen, pues, en pie, grita que te gritarás. Y éste es mi criterio cuanto al idioma.
Creo que son suficientes motivos para habenuc iniesto, con atrevimiento disculpable, á escribir l:i historia de la lengua y literatura castellana. El que tenga otros criterios escríbala se- gún ellos, los míos presentan sus derechos como los de otro ciialí|uiera.
Soy tan devoto y aun apasionado de la literatura lielénica
Á DOX ADOLFO BOXILLA Y SAN MARTIN XIU
como quien se pasó su vida leyendo y saboreando sus obras maestras ; no soy, con todo eso, ciego por el clasicismo, al modo de los humanistas del Renacimiento, y aun por lo mismo que he gustado el único verdadero clasicismo, que es el helénico, dis- tinguiéndolo bien del postizo y de imitación, salvo raras excep- ciones, de los romanos y renacentistas. No quisiera ser un An- gelo Policiano, quien por locamente ciceroniano no alcanzó jamás á escribir como Cicerón. El clasicismo helénico contenía dos elementos : el uno la naturalidad virginal, nacida de la na- cionalidad en asuntos y modo de decir; el otro de idealismo que llevaba el arte helénico á ser un eco de la serena Sofrosine del Olimpo de los dioses. Ni uno ni otro imitaron comúnmente ro- manos ni renacentistas, contentos con tomarles los asuntos, la mitología, las frases y palabras y poco más, lo que jamás debie- ron tomar, por ser para los griegos nacional y para los demás extraño y postizo. Imitar el arte griego consiste en cultivar lo nacional y según las cualidades del sentir de cada nación. En España cultivar el realismo es imitar á los griegos cuanto á su idealismo; ahondar en nuestra historia, leyendas y espíritu es imitarles cuanto á su mitología.
Lo nacional es lo único natural y grande en cada pueblo. Tal es la razón de mi criterio, que pudiéramos llamar democrá- tico y que no es mío, sino de la ciencia y de la estética moderna, para la cual vale más un cantar enteramente popular que el me- jor poema erudito, si no es popular á la vez. Hoy, tanto en pin- tura como en literatura, se busca lo primitivo, porque es lo más popular y nacional ; se quiere, por lo mismo, gozar de lo fuerte, recio, natural y realista. Ninguna nación europea atesora más obras de esta laya que España. "Cuanto á nacionalidad, ocupa la literatura española el primer puesto", dijo Federico Schlegel en su Historia de la literatura antigua y moderna (t. I, c. ii"). "El romancero es, no solamente la verdadera Riada de España, conforme ail dicho de Víctor Hugo, sino el monumento más
XIV CARTA A GUISA DE PROLOGO
variado y duradero y la manifestación literaria más curiosa de su vida pública y privada", dijo E. Merimée en su Précis d'histoire de la Littératiire Espagnole (pág. 165). Ahora bien, el romancero es la obra más popular de nuestra literatura. Todo ello lo sabe usted de sobra y no es pequeño regalo para mí el conocer que éste mi criterio lo sea también suyo, por más que no lo haya sido de la mayoría de nuestros historiadores litera- rios, chapados á la antigua, demasiadamente eruditos, renacen- tistas y librescos.
Acepte, pues, mi querido amigo, lo que de sano y bueno hubiere dado mi atrevimiento en este libro, y eche lo malo, que no dejará de hallar bastante en él, á mi poco saber, que para eso se lo he confesado honradamente.
TuLio Cejador.
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NACIMIENTO DEL ROiMANCE Y DE LA LITERATURA POPULAR
1. Los sabios que tratan de prehistoria nos dicen que hubo en España gentes de la fuerte raza que llaman de Cro-Magnon ; los teósofos añaden que aquellas gentes fueron atlantes, desga- jados de la Atlántida, que se hundió en el mar entre Eui^opa y América; los hechos y la historia sólo nos aseguran que las tierras de España conservan todavía, como los más antiguos nombres que los hombres les pusieron, vocablos claramente vas- congados y que, por consiguiente, la raza vascongada ó, por su propio nombre, escualduna, es la más antigua conocida en Es- paña; de haberlo sido otra, no dejarían de haber quedado huellas en la toponimia. Iberos llamaron los griegos á los escualdunas ribereños del Iber ó Ebro, nombre éuscaro, extendiendo des- pués la denominación al resto de los españoles. La de España es voz vascongada que indica extremo, el non plus ultra, que después la simbolizó traduciendo este nombre, por ser el límite de Europa. Por acá vinieron y traficaron por el Sur y Levante fenicios y griegos, y algunas corrientes de celtas por el Noroeste, que corriéndose por la cuenca del Tajo á la meseta central ha- cia el Nordeste, formaron con los iberos los llamados en aquella región celtíberos. Rarísimos rastros quedan de aquellas gentes en la toponimia é inscripciones. Trajéronnos los romanos su civilización y dieron su estructura al habla de los españoles. Bandas de godos, suevos y vándalos, ya romanizados, llegaron acá, dejándonos algunos vocablos y apellidos, y más de asiento, dejándonos otras veces algunos árabes de Siria y muchos más africanos, medio arabizados. El iberismo, que se toca y palpa
2 NACIMIENTO DEL RO.MAN'CE
en las provincias vascas y Navarra, está en el fondo de todos los españoles, á pesar de las diferencias que los distinguen, mer- ced á las cualidades de tierras y climas y á los tintes con que pueblos extraños los colorearon. Siglos y siglos vivieron aparta- das varias regiones, sin que la unidad, emprendida por los Aus- trias y continuada por los Borbones, haya pasado de la política, siendo de hecho más nominal que real.
Galicia, en inmediato trato con Portugal y con la influencia francesa durante la Edad Media; Andalucía, respirando aire africano y moruno hasta el siglo xvii, ¿cómo iban á formar un todo verdadero por la unidad absolutista de algunos reyes? Menos lo hablan de formar con Castilla las regiones de Cataluña y Valencia, apartadas por el idioma y ¡sor la historia durante tanto tiempo. Los elementos que más ayudaron á la unidad tie España fueron la conformación geográfica de la Península, la cultura romana y la religión católica. Pero el verdadero lazo fué el idioma, que traba á Castilla con Andalucía y Aragón más apretadamente que á las regiones donde el habla se desvía del troquel castellano. Con todo eso, las cualidades, buenas y malas, que tan á la clara se hallan en los vascongados, se traslucen y aun campean en el común de los habitantes todos de España, incluyendo á Portugal ; distinguiéndose de los demás, si algunos, los catalanes. En el español el espíritu vence á la materia, tiene más cerebro que cuerpo, mejores cualidades morales que físicas. La elevación de sentimientos le lleva á reventar de hidalgo por no abatirse al trabajo manual, que tiene por servil, dando en la picaresca y busconerla, cegándose así en no ver en ella bajeza alguna, antes cierta grandeza de guapo dominador y no menor maestría en el ingenio: tal es la causa de su odio al trabajo, su afición á la vida apicarada y aventurera y el gusto por la biza- rría en el porte, la majencia en el trato y el matonismo con los <lemás. El ingenio del español es brillante, pronto y despierto, anas de intuición y fantasía que de abstractiva inteligencia, más <lc poeta y soñador que de sabio y erudito : de aquí su valer como artista y su poca afición á sistematizar científicamente los he- chos, lo i)lástico y realista de sus creaciones instintivas y el desvío tle lo simbólico, ideal y abstracto. E.l claro conocimiento de la justicia hace vivir continuamente al español en el mundo moral, juzgándolo todo éticamente, más que segi'm el interés y la con-
RAZA Y CLIMA 5
veniencia, moralizando siempre en literatura y fiscalizando los actos de los demás, sobre todo de los suyos y aun de sí mismo ; ■de aquí la gravedad en todo su proceder, hasta hacerse pesado y tardo, perdiendo la oportunidad con la indecisión.
El español es de una voluntad de hierro, tenaz hasta la testa- rudez, constante y apegado á sus tradiciones hasta el atraso en la civilización, religioso por tradición, amante de la independencia como nadie. No es guerreador por naturaleza, prefiriendo la paz; pero por la independencia, por cualquier grande ideal de justicia, se echa al campo y es constante, sufrido y bravo gue- rrero, sin importarle nada el perder la vida. Gracias á su claro ingenio y fuerza de voluntad, es el español extraordinariamente franco y sincero y nada supersticioso ni dado á ocultismos, ama la luz y aborrece las med'a.? tintas. En suma, de gran sentido •común en las cosas espirituales y de muy escaso en las materiales, •es pensador recio, original y elevado, artista realista y sincero, de gran corazón, compasivo y valiente y denodado defensor de la justicia y de toda noble causa; pero no quiere trabajar, odia ■el ahorro, menosprecia el propio interés, no se muere por las comodidades materiales y sólo fué grande cuando los ideales ■espirituales señoreaban la opinión pública en los pueblos, que- dando aniquilado y por tierra, sin saberse qué hacer, cuando los materiales del trabajo y del oro sobrepujaron á todos los ■demás. El catalán, más europeo y francés, es trabajador y aho- rrador, comúnmente por interés ; lo es, no menos, el vasco, por honradez y hombría de bien. El español lo será, y con ello será grande, el día que haga lo que el vasco, y lo hará algún día, porque lleva en su alma los mismos ideales, donnidos hoy por el golpe que dio al caer de su ahidalgado estado, al volcarse los ideales de la sociedad ; cuando se persuada de que el trabajo, sí puede ser cosa vil y de esclavos, también puede ser una cosa virtuosa y noble, propia de toda persona honrada é indepen- diente.
El clima en España es extremo: africano unos meses en valles y mesetas, siberiano otros en mesetas y alturas montaño- sas. Los ardores del estío siéntense en toda la Península, los fríos del invierno llegan á todas partes. Algún tanto se templan •estos rigores en las costas, y en todo el territorio la primavera, y más el otoño, son paradisíacos. Los tonos más violentos coló
4 NACIMIEXTO DEL ROMANCE
rean la literatura y el habla de los españoles. No son literatura y habla de chimenea rusa, de nieblas londinesas, de gris parisién, ni lo son de arenoso y sofocado Egipto, de tropical y malsano Ganges. Son de un ambiente atemperado; pero con los mayores rigores que en un ambiente atemperado pueden darse. Hay más violencia y rigor en el tránsito de los climas en España que en Italia y Grecia: el habla y la literatura lo dicen más claro que las lineas isotémiicas é isobáricas.
2. La lengua castellana, como obra de arte popular, \"ale in- finitamente más que toda su literatura. Hay en los modismos, en las metáforas, en las frases hechas, en los refranes, mucho más hondura de pensamiento, mayor sutileza de ingenio, más brillante colorido, chiste más delicado, que en todas nuestras obras literarias juntas. Nuestro idioma vulgar, descostrado de la mitad ó más de las voces que traen los diccionarios y em.- pleamos los cultos, que sólo sirven de emporcarla, aguarla y empañar su vivo colorido, es la obra maestra del arte popular nacional, inconsciente si se quiere, pero de hecho hijo de la reflexión. Alguien fué el primero que dio en el chiste de una expre.'íión, que pintó el dicho con singular gracejo ó lo vistió con no esperada metáfora; el pueblo vio al punto que tal era la expresión propia confonne al genio de la raza, y en la cual los demás no habían dado, y la abrazó como suya, se la apropió y, olvidado ai día siguiente su autor, corrió ya como cosa co- rriente, como inconsciente brote del habla de todos.
Ni el idioma castellano ni los romances ó poesia vulgar cas- tellana nacieron en el punto y hora en c]ue les ocurrió trasladar- los al papel ó á los pergaminos á algunos escritores más aman- tes de lo nacional y menos pagados de la muerta lengua latina y de la extranjeriza literatura, que el común de los escritores suponían como únicamente dignas de escribirse. Efectivamente, un idioma y un género poético no nacen en un día ni brotan en un pueblo al amanecer de un hoy tras un ayer de muchos siglos, durante los cuales ese pueblo viviera sin literatura y sin idioma. Al finalizar el siglo iv, todo latín había desaparecido de los labios de las gentes, habíase trocado de latín vulgar en otras liablas vulgares, que ya no se podían llamar latín. Para llegar á aquel acontecimiento largos años habían pasado que se
ORIGEN LATINO DEL CASTELLANO 5-
hablaban ya esas otras hablas populares, pues los truecos de idiomas, la evolución de uno en otro, como de padre á hijo, no son acaecimientos que pidan menos de varios siglos. Cuando Cristo vino al mundo se hablaba,